Las mujeres en el mundo del trabajo y la política

En las primeras décadas del siglo XX se concebía a la mujer sólo en su rol de madre procreadora y custodia del hogar.

Su participación social era por demás acotada. Muy pocas accedían a las universidades. Baste pensar que la primera mujer médica de Carmen de Patagones fue Alicia García Díaz, una profesional que todos conocemos y que sigue en pleno ejercicio de su profesión.

Pero además en el mundo laboral, la única ocupación socialmente inobjetable era el magisterio, ya que allí se trabajaba con niños. Aún así, muchas maestras, una vez casadas debían dejar su profesión ante la presión de sus maridos. En cambio, toda actividad que implicara contacto cotidiano con hombres era fuertemente resistido por padres y esposos. En las grandes ciudades que atravesaban el proceso de industrialización por sustitución de importaciones que se inició en la década de 1930, el trabajo femenino especialmente en la industria textil tuvo un auge creciente. En los sectores populares, aquellas familias en las que no había mujeres obreras despectivamente llamaban a esas operarias “fabriqueras”. Para un padre de hogar constituía un orgullo el que sus hijas no precisaran trabajar, que no fueran “fabriqueras”.

Más cerca nuestro, en Viedma, al provincializarse el territorio Nacional del Río Negro, se produjo un explosivo desarrollo de la administración pública y correlativamente una significativa incorporación de mujeres al mundo del trabajo. En muchos hogares fue motivo de áspero conflicto la pretensión de sumarse a esta demandante actividad por parte de las jóvenes.

Pocos años atrás, un docente en actividad justificaba firmemente la resistencia de tanto padre y cónyuge viedmense. Ante un grupo de alumnas decía este vecino que “al final con esta convivencia laboral cotidiana, un compañero de trabajo podía conocer más de la vida de una mujer que su propio esposo”. Conclusión: poco faltó para que, respetuosamente las alumnas lo lincharan.

Ya desde fines del siglo XIX aparecieron en nuestro país movimientos que impulsaban, al igual que en otros lugares del mundo el voto femenino. Destacadas mujeres entre las que se nítidamente se destaca la dirigente socialista Alicia Moreau de Justo pugnaron durante décadas por la igualación de derechos cívicos.

El peronismo llevó a cabo a partir de la primera presidencia del General Juan D. Perón un trascendente proceso de ampliación de la ciudadanía plena a millones de argentinos hasta entonces excluidos a través de tres instrumentos: -la extensión de derechos sociales asentada en la redistribución del ingreso.

-la provincialización de los territorios nacionales cuyos habitantes elegían, en el mejor de los casos sólo autoridades municipales.
-la ley de voto femenino.

En el debate del proyecto de ley impulsado por Eva Perón por el sufragio femenino, en la Cámara de Diputados de la Nación llegó a discutirse si la mujer era o no un ser racional, o si su cerebro era o no similar al del hombre.
Pero más allá del trascendente derecho adquirido por las mujeres, la política continuaba siendo un lugar exclusivo para los hombres.

Si bien no faltaban las mujeres audaces, hijas o esposas de hogares no tan conservadores, la incorporación masiva de la mujer a la política no sólo como votante sino como militante tardó demasiado en producirse.

Eva Perón, deseosa de acelerar la plena igualación de la mujer creó la Rama Femenina del justicialismo. El objetivo fue constituir un ámbito vedado para los hombres, un lugar físico –la unidad básica femenina” al que sólo ingresaban mujeres con la excepción de algún dirigente masculino. De tal modo, miles de mujeres se incorporaron en pocos años a todos los ámbitos de la actividad política.

Doña Quintina Equiza de Regiani

En Patagones, algunos años antes de la ley de voto femenino, algunas jovencitas frecuentaban el Comité Radical escuchando respetuosamente los debates masculinos o colaborando en las campañas electorales. Pero no todas tuvieron un rol tan secundario. Entre ellas se destacó Quintina Equiza de Regiani, esposa del dirigente radical Albino Regiani.

Doña Quintina, como todos la conocían, fue a carta cabal una caudilla política que, más allá de la figura de su esposo tenía peso propio. Capaz de acordar pero también de discutir, mano a mano con hombres fogueados y respetados.
En la esquina de Villegas y Avellaneda estaba la amplia casa de los Regiani la que incluía una amplia verdulería donde se vendía la producción de la gran quinta que la familia poseía en la isla de la Paloma.

Esa casa funcionaba como comité y todo estaba dispuesto para que en las reuniones importantes se corrieran cajones y mostradores para albergar a los afiliados. La quinta isleña, en tanto, era uno de los lugares preferidos para especiales y gastronómicos encuentros partidarios a los que asistían personalidades como Ricardo Balbín o Arturo Frondizi.

Doña Quintina, merece un lugar especial en la memoria de nuestro Concejo Deliberante por haber sido la primera concejal de su historia.

Empero, el hecho de que pese a su dilatada militancia haya llegado al HCD recién en el año 1974, muestra que las mujeres debieron y lamentablemente aún deben esforzarse mucho más que los hombres para ser debidamente reconocidas.